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LAS LENGUAS PENINSULARES
El castellano medieval - 5ª parte
Del siglo XIV a fines de la Edad Media
a Edad Media desconoce el concepto de originalidad y
aun el de individualidad: el escritor es sólo un buen artesano, un diestro
conocedor de su oficio, y la obra, anclada en un mundo providencial y seguro, es
lo único importante, propiedad, más que de su autor, de la colectividad y de una
tradición, que es comentada y a la cual se añade. Pues bien, un cambio se
percibe en este panorama durante el siglo XIV, con la aparición de las primeras
obras "personales" de la literatura castellana.
Don Juan Manuel y Juan Ruiz
Este cambio aparece en la obra de dos escritores: don Juan Manuel, autor de varias obras didácticas, la más importante de las cuales es El conde Lucanor, y Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, autor del Libro de Buen Amor.
El primero es, esencialmente, un moralista: la literatura tiene para él una finalidad moral, "que los omnes fiziessen en este mundo tales obras que les fuessen aprovechosas de las onras et de las faziendas et de sus estados, et fuessen más allegados a la carrera porque pudiessen salvar las almas". Y, sin embargo, muestra el convencimiento de estar elaborando una obra de altas calidades artísticas, cuyos valores máximos son la propiedad y la claridad: "Fiz este libro compuesto de las más apuestas palabras que yo pude..."
Orgulloso de lo que escribe, cuenta la vieja historia del caballero poeta que destroza los zapatos que ha hecho un zapatero, en represalia por haber destrozado éste una canción suya, cantándola; y preocupado por la fiel transmisión de su obra, la encomienda al convento dominico de Peñafiel para ponerla a salvo de los errores de futuros copistas.
Manuscrito medieval
Opuestamente, Juan Ruiz concluye el Libro de Buen Amor dejándolo a merced de los lectores: "Qualquier ome que lo oya, si bien trobar sopiera / puede más añadir e emendar si quisiere: / ande de mano en mano a quienquier que lo quisiere..." Y sin embargo, muestra en él una personalidad individual, visible en un complejo y expresivo lenguaje, en la voluntad decidida de romper los moldes del movimiento según el cual escribe (el Mester de Clerecía) y en una sorprendente ambigüedad por lo que se refiere a la finalidad de su obra: si bien afirma escribir para la salvación de las almas, reconoce abiertamente, sin embargo, que en el libro pueden encontrarse también otros sentidos.
Por lo demás, el castellano resuelve, en el siglo XIV, algunas de las vacilaciones anteriores y prosigue su regularización: el sufijo -illo se impone al antiguo -iello, la -e final apocopada con frecuencia hasta el XIII se restablece, los imperfectos y futuros hipotéticos en -ía empiezan a ser más comunes que las formas en -ie, etc.